Ferdinando Scianna, entrevista (en italiano)


marpessa i bambini
Marpessa en Sicilia

Al indagar en la figura y la trayectoria de Joana Biarnés me ha venido a la memoria el fotógrafo italiano Ferdinando Scianna, siciliano, por ser también uno de esos fotógrafos que nos hacen sentir la belleza de la vida, sin grandilocuencias.

ferdinando-scianna-photo-gaetano-gianzi
Foto Gaetano Gianzi

En esta entrevista para el canal Arte italiano, con motivo de una exposición, Ritorno in Sicilia, habla con su característica elocuencia poética acerca de qué le ha movido en su vida desde ese punto de fuga que fue la Bagheria, su lugar natal. Melancólico y vital, su reflexión dista mucho de las vaguedades con que nos castigan tantos fotógrafos modernos.
Entresaco algunas frases para los que no entienden el italiano: «durante mucho tiempo fui un muchacho que estuvo acompañado de personas que valían cien veces más que él: Leonardo Sciascia, ángel paterno, Cartier-Bresson, Vázquez Montalbán…». «Con el tiempo, uno descubre que su vida está hecha de su amor [a personas, lugares] pero también de rencor. Cuando uno es joven, privilegia el rencor.» Curiosamente, es un fotógrafo que prácticamente nunca habla de técnica, siempre habla de la «novela» que contiene cada fotografía y cita a Roland Barthes mientras la cámara del reportero se pasea por la sala de exposición, donde cuelgan imágenes de la época siciliana de Scianna, en blanco y negro con un grano muy destcado. Personalmente, me gusta su trayectoria sin centrarme en ninguna etapa concreta aunque me encantaban sus reportajes de moda con la modelo Marpessa ambientadas en ambientes reales, revistas que aún guardo.

Venerdì Santo, Enna, 1963
Viernes Santo, Sicilia, 1963
Marpessa encaje
Marpessa

Scianna02-Marpessa bn sicilia

 

Fiesta asunta bagheria Fscianna_

 

Cristina García Rodero, entre dioses, hombres y espíritus, en El Rinconete


garcia-rodero-cuba-letter

Cuando en 2009 la fotógrafa Cristina García Rodero (Puertollano —Ciudad Real—, 1949) se convirtió en miembro de pleno derecho de la mítica agencia Magnum, la noticia causó generalizada satisfacción entre sus colegas, de los más diversos estilos, y el número creciente de aficionados a la fotografía. Las ventajas aducidas por la propia Cristina García Rodero, al margen del evidente prestigio, eran la garantía de que su archivo, su legado, iba a ser gestionado por las mejores manos, dialogar con fotógrafos de la calidad y diversidad de los que integran Magnum y mantener su independencia. Naturalmente, ser la cuarta mujer en incorporarse a la agencia fundada en París por Robert Capa en 1947 significa abrir una senda en un territorio de recorrido más difícil para las mujeres, según declara la fotógrafa española.

garcia-rodero-fiestas

espana_oculta04
España oculta

Cuidar del legado ha de ser una preocupación imperativa y natural tratándose de una obra que abarca ya cuatro décadas y del interés y calidad que define el trabajo de García Rodero. Ella ha explicado en numerosas ocasiones sus inicios: una joven profesora, licenciada en Bellas Artes, recorriendo en su tiempo libre, al volante de un 600, los pueblos de España para retratar sus tradiciones, cultos, ritos, la devoción de sus habitantes, convencida de que el período histórico que vivían —los primeros años de la Transición a la democracia— implicaba la desaparición más o menos rápida de esa particular expresión de la espiritualidad del «pueblo». El resultado de su paciente documentación fue, como sabemos, mucho más que un reportaje antropológico: España oculta (1989) revelaba una mirada original que aunaba sensibilidad por el detalle, empatía con los retratados pero no sentimentalismo, proximidad al asunto o personaje que retratar. Emergió con sus imágenes en blanco y negro el sustrato pagano de muchas tradiciones religiosas —Baco anda siempre cerca de una romería— y la influencia de la pintura surrealista, motivo por el que tantas veces esa España oculta suya es también una España mágica. El libro, prologado por Julio Caro Baroja, fue premiado en el Festival de Arlés y convirtió a su autora en un nombre ya imprescindible.

garcia-r1odero-haiti
Serie «Haití»

Cristina García Rodero se define como paciente, perfeccionista, tímida, por lo que nunca avasalla a las personas que retrata, aunque a veces advertimos —como en La confesión— que el retratado es consciente de ser el centro de interés, lo cual provoca diferentes reacciones, más exhibicionistas y jocosas en las fiestas tradicionales, o de complicidad y aceptación, como la madre de Georgia fotografiada consolando a su hija, o los lugareños curiosos subidos a un banco. Cuando se refiere a su estilo de trabajo, a la necesidad de rigor, de no improvisar, de acercarse para transmitir la emoción de la situación o la vivencia de los sujetos, la fotógrafa manifiesta su experiencia pedagógica, hasta el punto de que sus entrevistas y conferencias pueden leerse también como una colección de consejos para fotógrafos que tratan de desarrollar un estilo.

El suyo ha evolucionado sin brusquedades en su recorrido por varios continentes, acompañado por la técnica analógica hasta la incorporación paulatina de la digital. Utiliza el color ocasionalmente, desde el reportaje de María Lionza, la diosa de los ojos de agua, culto que se celebra en Venezuela, en que la iluminación con velas crea una tonalidad que se perdería en blanco y negro; y naturalmente en la India, en el festival de Holi, donde la llegada del buen tiempo se celebra con una explosión de color en forma de polvos que se arrojan los participantes. En los últimos años afloran en sus reportajes destellos de erotismo; así, en el muy imitado Rituales en Haití, las expresiones demoníacas del trance coexisten con posturas y miradas espontáneamente eróticas, más deliberadas en The Burning Man, festival celebrado en el desierto de Nevada, en Estados Unidos, y un erotismo obvio en ese otro tipo de procesión que son los festivales eróticos, el proyecto que la ocupa en los últimos años.

cristina-garcia-rodero_burning-man
The Burning Man
Instituto Cervantes – El Rinconete

LA FIESTA EN KINSHASA: Jean Depara en Periodismo Humano


En Periodismo Humano, el diario digital dirigido por Javier Bauluz y Patricia Simón, me ha publicado el artículo dedicado a la recopilación con que LA FÁBRICA inaugura su colección de Fotografía africana, dedicada al congoleño de Jean Depara.

«Parece que podemos sentir la textura de la tierra en los pies descalzos que no pueden parar de bailar, y que oímos la música, esa rumba africana que marca el ritmo de la noche interminable y traspasa los márgenes de la fotografía. Parece que vemos cómo la espuma de la cerveza Primus sube y desborda el vaso y sentimos que lo único importante es encontrar la mejor compañía, amigos para bailar y reír y flirtear, mostrar las curvas del cuerpo ceñidas por vestidos estampados y faldas acampanada, seducir, al fotógrafo y a los espejos, con poses copiadas de las revistas francesas y americanas donde Brigitte Bardot se exhibía provocativa, promocionando un nuevo estilo de vida, para consumo de una generación de jóvenes que no había tenido que combatir en ninguna guerra… aún.

>Las imágenes de Jean Depara (Angola, 1928 / RD Congo, 1997) recuerdan los años cincuenta y sesenta cuando la fiesta para una clase media de Kinshasa no terminaba nunca. Ya en los años 70, la crispación política dominaba todo el mundo, y en la zona se introdujo la llamada ˝política de autenticidad o zairinizaición˝ de Mobutu, que ordenó “descolonizar los comportamientos culturales”. Sin embargo, como cuentan Martin y Pivin en la introducción a esta recopilación de la obra de Depara que publica la Editorial La Fábrica, Kinshasa supo mantener su espíritu festivo que se manifestaba en la música, en las modas y en actitudes de desafío, como la que surgió con la sape, un fenómeno que aún pervive, el de los dandys congoleños que expresaban su rebeldía a través de la elegancia en el vestir. Los sapeurs reivindican el progreso, la indumentaria es un símbolo de éxito social.

>Pascal Martin y Jean-Loup Pivin, editores de esta recopilación, dieron a conocer a Depara en la emblemática Revue Noire, revista que documenta el arte africano, de la que eran directores, en un número precisamente consagrado a Kinshasa.

>Nos cuentan que Depara se inició en la fotografía el día de su boda, en 1950, con una cámara de 6 x 6 que compró para documentar el acontecimiento. Durante algún tiempo compaginó la fotografía con oficios manuales, zapatero, relojero, mecánico hasta que en 1966 decidió cerrar el estudio para realizar exclusivamente reportajes. El estudio que Depara tenía en Kinshasa, Jean Wisekys Depara, estaba abierto día y noche, y era “más que el lugar real donde ejercer su oficio, una especie de broma y un último instrumento de seducción”.

>Las imágenes de Jean Depara reflejan la fama de Kinshasa, con sus bares de noche y las boîtes que frecuentaba, como Afro Mogenbo, el Champs-Élysées, o el Djambo Djambu. Disfrutaba fotografiando a los noctámbulos, siempre en blanco y negro, reflejando la despreocupación y alegría de aquellos años. Fue el cantante Jean Franco, la gran figura de la rumba congoleña, que impulsó su fama al retratarlo desde sus inicios y a lo largo de su carrera hasta que se convirtió en la gran estrella que llegó a ser.

>Para algunos, las fotografías de Depara pueden considerarse dentro del tópico de «negros cantando y bailando» o luciendo músculo –la serie de los forzudos en la piscina–, o de jóvenes negras que lucen su belleza para el hombre blanco –de hecho, es difícil saber qué relación une a algunas de las parejas mixtas que vemos–. Pero la fiesta en Kinshasa de Depara debería entenderse como una nueva tentativa de descolonización, al liberar a los africanos de los últimos estereotipos que los describen y fotografían como una población que sólo es retratada cuando muere en hambrunas, guerras, enfermedades endémicas, o sufre la explotación dentro y fuera de su continente por gobiernos codiciosos o empresas multinacionales. Depara consiguió captar esa tregua de alegría entre dos periodos –la de la colonización europea y la de la tiranía africanista de Mobutu—, cuando para un grupo de congoleños la dicha estaba al alcance de su mano y a los habitantes de Kinshasa les apetecía bailar y celebrar el presente.>

DIANE ARBUS, de Patricia Bosworth


Autorretrato de Diane Arbus

Freak

Diane Arbus - familia césped

Familia sobre el cesped un domingo en Westchester, N.Y. 1968
© Fotos/photographs the Estate of Diane Arbus
El libro de Patricia Bosworth es muy malo. Su enfoque es el típico de las mujeres puritanas que, mediante una sistemática descontextualización, pueden presentar los actos del personaje protagonista como fruto de una mente enloquecida.
Como se publicó coincidiendo con la exposición retrospectiva del conjunto de su obra que organizó La Caixa, el reportaje publicado por El Periódico obvia toda crítica al libro y lo toma como base para retratar a Arbus.

Diane Arbus fue una pionera de la mirada descarnada sobre la realidad y su huella puede detectarse en muchos de los fotógrafos actuales considerados radicales y provocadores. También sus temas, los seres marginales, las sexualidades ambiguas, las situaciones límite, el brutal desenmascaramiento de las personalides, se han convertido en algo no sólo tópico sino incluso banal. El trabajo de Arbus respira una búsqueda auténtica, que se explica por un lado en las inquietudes de su época –con el punto álgido en los años sesenta–, y de otro en su propia biografía.
La niña rica:
Nacida Diane Nemerov (Nueva York, 1923), sus padres eran judíos de origen ruso-polaco, ricos de primera generación, que trataron de proteger a sus tres hijos de las penalidades de «la vida real». Eran los dueños de unos grandes almacenes, especialistas en pieles. No llegó ni a enterarse de la Gran Depresión que afectó a todo el país. En uno de sus paseos de la mano de su institutriz por Central Park, la niña se sintió atraída por unas chabolas cuyos habitantes despertaron su curiosidad. Superdotada, y con talento para la pintura, se sentía protegida en un mundo irreal. Su fotografía es un intento de mostrar la otra cara de su ambiente. Como una Alicia en el país de las maravillas, su personaje favorito, se adentra en un mundo que cambia de dimensión, grotesco y habitado por seres excéntricos. Goya, La parada de los monstruos, Weegee, Homero y Borges fueron las principales coordenadas culturales de una fotógrafa que asombraba por su erudición.

La mujer casada: A los 14 años, Diane se enamora del apuesto Allan Arbus, aspirante a actor de 19 años, de origen modesto. La oposición familiar sólo da aire a su amor y la pareja se casa en 1941. Allan la introduce en la fotografía cuando, a su regreso de la guerra, le enseña los rudimentos del cuarto oscuro, aprendidos en el ejército. El Estudio Arbus les reporta éxito, dinero y contactos, trabajando para revistas como Glamour y Vogue. Pero los dos acaban odiando el negocio de la moda y su artificio. Diane Arbus busca su propio estilo en personajes de circo de pacotilla, transexuales, gigantes, mendigos. Lisette Model, otra fotógrafa de padres pastosos y judíos, se convierte en su mentora y confidente. La Arbus desea ser una esposa perfecta pero ambiciona también realizar su sueño juvenil de ser una gran artista triste. El matrimonio se rompe y cada cual sigue su camino: Allan se vuelca en el teatro y encuentra nueva esposa; Diane recorre de la mañana a la noche el lado oscuro de Nueva York cargada con sus cámaras y se lleva un botín de extravagancias, el incómodo reflejo de la verdadera América y de su alma.
La mujer melancólica: La fachada opulenta de los Nemerov tiene su lado oscuro: un padre de carácter avasallador y una madre distante aquejada de depresiones. Diane Arbus, cautivadora y atormentada, sufrió toda su vida períodos de melancolía que combatiría con antidepresivos, psicoanálisis y otras drogas de moda en los sesenta. Década de excesos y de autoexploración obsesiva, nadie le recomendó que durmiera y comiera suficiente ni que equilibrara sus tratos con freakis millonarios o mendigos cultivando la virtud del humor (quizá habría que aconsejárselo a su biógrafa). Arbus se quejó siempre de que le pagaban la mitad que a sus colegas masculinos y de que su trabajo era mal comprendido, pues «contemplar a los excéntricos era una cura para la melancolía» y un recordatorio de que «podemos fracasar». Cuando los prospectos médicos no incluían el capítulo de efectos secundarios, las mujeres que mezclaban tranquilizantes con la píldora podían sufrir una hepatitis tóxica. Arbus sufrió esta enfermedad y las depresiones derivadas de su precaria salud y su envejecimiento prematuro, que concluirían en suicidio. El 27 de julio de 1971 su amigo Marvin Israel encontró su cuerpo sin vida, con cortes en las muñecas; había ingerido además una gran cantidad de barbitúricos.
La mujer hipersexual: Abanderada de la libertad desde su temprano matrimonio, luego disfrutaba con ligues ocasionales que contaba con todo lujo de detalles a sus pasmados amigos. Su biógrafa asegura que el éxito como fotógrafa la hacía más osada sexualmente. Madre de dos talentosas niñas a las que trataba como sus hermanas, la Arbus nunca volvió a ser la perfecta casada y mantuvo romances, obsesivos o románticos, con Bruce Davidson, Marvin Israel y un largo etcétera, incluidos anónimos marineros a los que conocía en el asiento trasero de un autocar de la Greyhound.
La artista de éxito: En sus palabras, «hacer un retrato es como seducir a alguien». Pero algunas celebridades a las que fotografiaba para Squire u otras publicaciones modernas como New York criticaban su comportamiento a lo paparazzi que se lanza sobre su presa «como un buitre». Norman Mailer dijo de ella: «Darle una cámara a Diane Arbus es como darle una granada de mano a un bebé». No llevaba armas sino dos cámaras Mamiya, dos flashes, a veces una Rollei, lentes, carretes y fotómetros, un equipo pesado para quien creía que el arte no era fácil.

1967 es la fecha en que el MOMA incluye sus fotografías en una exposición que la da a conocer. Aunque sus temas son difíciles de aceptar para la publicación en prensa, se convierte en fotógrafa de referencia de la época y ve reconocido su trabajo con la beca Guggenheim y conferencias pagadas. En sintonía con su época, se interesa fotográficamente por los Hell’s Angels, la muerte de Kennedy, Warhol, o las marchas pacifistas contra Vietnam sin ceder al mercantilismo ni abandonar sus temas favoritos: alienados, disminuidos mentales, bebés extraños, invidentes…

Respetada en un mundo esencialmente masculino, tuvo por amigos a grandes como Walker Evans, Robert Frank, Bruce Davidson, Gary Winogrand y Richard Avedon. Éste, que supo conjugar con éxito sus proyectos personales con los grandes encargos comerciales, a la muerte de Arbus, manifestó: «¡Cómo me gustaría ser un artista como Diane!», pero toda su obra es un desmentido de este deseo.

Las fotos de la Arbus siguen siendo perturbadoras y a nadie dejan indiferente, si bien como resumía con acierto la revista ARTS, «la gran humanidad de la obra de Arbus radica en que santifica esa intimidad que, en un principio, parecía haber violado».


Publicado por EL PERIÓDICO de Catalunya, 2007
© Texto: María José Furió

Noticia relacionada: El legado de Diane Arbus descansa en el Met /
http://www.abc.es/hemeroteca/historico-06-01-2008/abc/Cultura/el-legado-de-diane-arbus-descansa-en-el-met_1641538871651.html