En Periodismo Humano, el diario digital dirigido por Javier Bauluz y Patricia Simón, me ha publicado el artículo dedicado a la recopilación con que LA FÁBRICA inaugura su colección de Fotografía africana, dedicada al congoleño de Jean Depara.
«Parece que podemos sentir la textura de la tierra en los pies descalzos que no pueden parar de bailar, y que oímos la música, esa rumba africana que marca el ritmo de la noche interminable y traspasa los márgenes de la fotografía. Parece que vemos cómo la espuma de la cerveza Primus sube y desborda el vaso y sentimos que lo único importante es encontrar la mejor compañía, amigos para bailar y reír y flirtear, mostrar las curvas del cuerpo ceñidas por vestidos estampados y faldas acampanada, seducir, al fotógrafo y a los espejos, con poses copiadas de las revistas francesas y americanas donde Brigitte Bardot se exhibía provocativa, promocionando un nuevo estilo de vida, para consumo de una generación de jóvenes que no había tenido que combatir en ninguna guerra… aún.
>Las imágenes de Jean Depara (Angola, 1928 / RD Congo, 1997) recuerdan los años cincuenta y sesenta cuando la fiesta para una clase media de Kinshasa no terminaba nunca. Ya en los años 70, la crispación política dominaba todo el mundo, y en la zona se introdujo la llamada ˝política de autenticidad o zairinizaición˝ de Mobutu, que ordenó “descolonizar los comportamientos culturales”. Sin embargo, como cuentan Martin y Pivin en la introducción a esta recopilación de la obra de Depara que publica la Editorial La Fábrica, Kinshasa supo mantener su espíritu festivo que se manifestaba en la música, en las modas y en actitudes de desafío, como la que surgió con la sape, un fenómeno que aún pervive, el de los dandys congoleños que expresaban su rebeldía a través de la elegancia en el vestir. Los sapeurs reivindican el progreso, la indumentaria es un símbolo de éxito social.
>Pascal Martin y Jean-Loup Pivin, editores de esta recopilación, dieron a conocer a Depara en la emblemática Revue Noire, revista que documenta el arte africano, de la que eran directores, en un número precisamente consagrado a Kinshasa.
>Nos cuentan que Depara se inició en la fotografía el día de su boda, en 1950, con una cámara de 6 x 6 que compró para documentar el acontecimiento. Durante algún tiempo compaginó la fotografía con oficios manuales, zapatero, relojero, mecánico hasta que en 1966 decidió cerrar el estudio para realizar exclusivamente reportajes. El estudio que Depara tenía en Kinshasa, Jean Wisekys Depara, estaba abierto día y noche, y era “más que el lugar real donde ejercer su oficio, una especie de broma y un último instrumento de seducción”.
>Las imágenes de Jean Depara reflejan la fama de Kinshasa, con sus bares de noche y las boîtes que frecuentaba, como Afro Mogenbo, el Champs-Élysées, o el Djambo Djambu. Disfrutaba fotografiando a los noctámbulos, siempre en blanco y negro, reflejando la despreocupación y alegría de aquellos años. Fue el cantante Jean Franco, la gran figura de la rumba congoleña, que impulsó su fama al retratarlo desde sus inicios y a lo largo de su carrera hasta que se convirtió en la gran estrella que llegó a ser.
>Para algunos, las fotografías de Depara pueden considerarse dentro del tópico de «negros cantando y bailando» o luciendo músculo –la serie de los forzudos en la piscina–, o de jóvenes negras que lucen su belleza para el hombre blanco –de hecho, es difícil saber qué relación une a algunas de las parejas mixtas que vemos–. Pero la fiesta en Kinshasa de Depara debería entenderse como una nueva tentativa de descolonización, al liberar a los africanos de los últimos estereotipos que los describen y fotografían como una población que sólo es retratada cuando muere en hambrunas, guerras, enfermedades endémicas, o sufre la explotación dentro y fuera de su continente por gobiernos codiciosos o empresas multinacionales. Depara consiguió captar esa tregua de alegría entre dos periodos –la de la colonización europea y la de la tiranía africanista de Mobutu—, cuando para un grupo de congoleños la dicha estaba al alcance de su mano y a los habitantes de Kinshasa les apetecía bailar y celebrar el presente.>