pintura del Renacimiento
No salgo de mi asombro con estos ensayos de Natalia Ginzburg. Y es que hacía mucho (pero mucho, mucho) que no leía algo tan poco inteligente, con planteamientos tan anticuados, una escritura animada por una percepción tan sentimental y facilona de los objetos en los que detiene su mirada o su interés. Publicados originalmente entre 1969 y 1970 me asombra lo mucho que dista de la brillantez y la agudeza de Roland Barthes, que publicaba ¡en 1957! sus Mythologies y ¡en 1964! sus Essais critiques, ambos títulos en Seuil.
Solo, dentro de su poca profundidad, me han llamado la atención unos párrafos que dedica a definir la crítica y a los críticos por la inusual clarividencia (salvo su alusión al edipismo como horizonte deseable en la relación entre personas).
Atentos:
«Si un crítico es amigo nuestro, o incluso si se trata de alguien con quien a veces nos encontramos y con quien cruzamos algunas palabras, la amistad o aquellos encuentros ocasionales nos dan la seguridad de que su juicio para con nosotros será halagador; si no es así y en lugar de un juicio halagador obtenemos, por el contrario, una lección despiadada, o quizá tan solo un prudente silencio, nos sentimos golpeados por un desconsuelo estupefacto e inmediatamente después por un venenoso rencor, como si la amistad o aquellos raros encuentros nos hubiesen dado derecho a un favor eterno, porque nuestra mala costumbre nos lleva a pedirle a la amistad, o incluso a una simple sonrisa de cortesía, no ya la verdad sino una resuelta inclinación a nuestro favor.
»Por supuesto que al crítico no debería importarle en absoluto nuestro rencor, como no debería importarle en absoluto el rencor de los hijos a un padre sereno, que tuviera una clara conciencia de actuar y de pensar con justicia. Pero los críticos hoy día son, como los padres de hoy en día, frágiles, nerviosos y sensibles al rencor de los otros, temen perder a los amigos u ofender a los conocidos, su vida social es muy vasta y tan llena de ramificaciones que al ofender a una persona pueden ofender a otras mil; como hoy en día los padres, tienen miedo del odio: tienen miedo de encontrarse solos diciendo la verdad en una sociedad hostil. O, por el contrario, quieren odio, aspirar a él como un condimento fuerte y esencial en su vida de críticos, desean estar vestidos de odio, como de un uniforme rico y resplandeciente. Y la aspiración al odio, al igual que el miedo al odio, no puede constituir un terreno estable para la búsqueda y la afirmación de la verdad.»
pp. 98-99